The art of conversation; René Margaritte.

Abandona la tierra, esa lápida y es –a pesar de la música celestial que te lo niega– una tumba compartida. Vive ya. Ha volado. Es parte divina del cielo. Así, parece que el eterno se escribe en paisaje. Sin embargo, ellos dos, almas que saben, eternas de nuevo; sin fe; sin vida; sin muerte viven creyendo un final que no llega. Por eso son ángeles. Ángeles sin alas. Ángeles de chaqué y bastón que hablan; hablan; hablan y no paran de hablarte. Por eso los miro. Su viaje empieza ahora, han salido de las montañas –prisión, paraíso y perdidos son uno ya–.

Sigo, sigo mirándolos y parece verdad. Parece que la fe de una conversación te devuelve al cielo. Parece que cuando un alma grita la otra calma. Parece un sonido en el fino viento. Un eco. Una mirada perdida. Una mirada invisible –porque son las palabras las que hablan dejando mudas a las miradas–.

Te suplico que volvamos a nuestra tumba abierta. Allá, allá en el cielo. Acá, acá en el infierno que nos hace flotar. Sólo el frío corazón de un silencio chillado puede congelar lo que no se explica. Por eso. Por todo esto sigo viendo, sigo mirando cómo flotan, cómo los artistas de la conversación se alejan del camino que a todos nos encierra.
Sólo pido algo: volved al sendero de las montañas –en el que todos nos sepultamos– sólo para contar lo mucho que una conversación se parece al Olimpo.



Volved, pues las sombras sin arte os echan de menos.

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