Mural; Pollock



Invade en torrente todo a lo que el amor no puede sobrevivir, no puede y no sabe vivir. Porque la frustración son balas –y disparan odio sutilmente los verdugos de tu vida–. Ellos hablan de ansiedad pero quien sufre, quien vive, quien no puede y quien ya no ama siente que es la ansiedad quien habla –él no, mudo ya por un peso inamovible no sabe qué hacer–.
Y así sigo hablando, náufrago sin mar que no quiere, no sabe, no siente el paso siguiente al que ya ha dado. Mira la tele. Lee. Escucha música. No sabe, no quiere  y no siente. No siento el alma ya. 
Pues ama lo que hace. Cada brazada en el cielo se disipa por las nubes rotas de lluvia. Cada peldaño subido parece roto; cada caída impuesta por la vida dice: no sentir, no creer, ni mirar, ni ver.
Así, a seis meses de que su vida cambie, sea como sea, no sabe si cambiará. Parece eterno el latigazo y la tortura. Parece eterno este vacío. Sólo seis meses. Dan para mucho las horas –y la presión misma de sí sabe a sangre que no a gloria–. 
Golpe tras golpe llegó sin cerveza al último round. Un round que juega su cabeza y él. Donde en seis meses tiene que superar los fantasmas, las cinco horas diarias de vacío, de dormir evitando el sueño. En la calle tampoco encuentra patria, no sabe nada, no quiere nada; sólo ser él, sólo ser arte, cumplir sueños –ahora no recuerda nada de ellos– y saber qué paso viene tras el anterior ya dado.
Sigo diciéndolo, entrando en el bucle doloroso del disfrute doliendo el dolor. Sí, así, me recreo en el mal, en la ansiedad y en la explosión. Siento que explotaré, que no encontraré sentido antes del cataclismo. Rezo en profano y ateo para salvarme. Necesito un bote, un flotador que no me lleve al abismo y no lo sé –no sé nada de mí ahora; querría alguien que me ame pero no, soy sólo yo quien conoce el camino; también querría ser ángel y cantar como tal para así olvidar que, a un paso, el éxito me susurrará al oido: “me ganaste”–.
No lo sé, sigo sin saber qué es cada cosa. Sigo sin saber que traducir mi tripa es necesario para ser. Sólo ser. Somos guerreras que no tienen coliseo. Somos gladiadoras sin caballo, ni siquiera miedo a una flecha perdida en el charco de sangre que es mi vida.
Y así, desangrado yo, sin patria –con familia destruida por esa vida que me prometió tanto– escupo y vomito en cada hoja blanca para sonreír que la depresión existe –es crónica, vestida de lujo y ansiedad se lucha domándola y no curándola–.

Y yo, así, sólo escribo para recordarle que no me enseñe los dientes porque ella a mí me ama en un eterno desprecio.

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